Hace un par de meses, nuestro director médico tuvo la oportunidad de publicar un artículo de opinión sobre la precaria situación de la odontología en nuestro país. Hoy lo compartimos en nuestro blog.

 

Pensar sobre Odontología, un dolor de cabeza...

"Cuando mi amigo, el Dr. José María Arano Sesma, me sugirió escribir unas líneas sobre algún tema relacionado con el mundo de la Odontología, mi respuesta inicial fue un intento de poder declinar su amable ofrecimiento, y ofrecer mis excusas, invadido por el agobio de desconocer qué podría aportar mi parecer odontológico al resto de la comunidad científica "dental". Ante el dilema, y como no me gusta decir que no a mis amigos, finalmente acepté la propuesta preocupado en si podría complacer al lector.

Con tal estrés, sentado frente al ordenador –ya en mi despacho– y con ese encargo "exprés", empecé a rumiar sobre qué –o sobre qué no– podría redactar mi breve relato. Mi experiencia literaria se basaba en la redacción de artículos científicos y de divulgación, pero este nuevo reto era distinto: se trataba de un artículo de opinión, una columna, un comentario insertado entre un buen pliego de páginas de una revista odontológica que, a su vez, recibirían miles de odontólogos.

En la batalla por hallar un tema, lo primero que mi pensamiento se planteó es que podría basar mi escrito sobre cómo el conjunto de colegios de odontólogos del Estado español ha hecho la vista gorda, durante décadas, ante la usurpación que ha sufrido nuestra profesión por parte de empresarios con sus grandes cadenas dentales low cost y sus compañías aseguradoras con "pseudoseguros dentales". Y añadir el actual intento de los mismos para poder remediar esta situación llenando las ciudades de anuncios alarmistas en los que se advierte a la población de las dotes de estafador que pueden tener algunos de los dentistas colegiados en sus propios colegios, y especialmente aquellos pobres recién graduados que no les queda otro remedio que trabajar con esos empresarios. Pensé, finalmente, que no era acertada la idea de abrir una batalla contra las grandes empresas ni contra nuestros colegios defensores, así que mejor cambiaría de tema.

Acto seguido, me planteé que podía hablar de las pequeñas clínicas dentales que con la excusa de las grandes cadenas dentales, la crisis económica o cualquier otra simple idea decidieron no cobrar la primera visita ni sus múltiples pruebas complementarías a sus pacientes. Esta ingeniosa decisión que implicó sustituir el quehacer más importante del acto médico, el diagnóstico, a un simple papel denominado presupuesto. No tardé mucho en desistir de ese nuevo planteamiento. No quería denunciar a las pequeñas clínicas dirigidas por dentistas.

Seguía dudando, así que se me ocurrió que podía redactar mi pequeño artículo sobre la tecnificación de la profesión, en la que una ciencia de la salud, como la Odontología, se estaba convirtiendo en un trabajo técnico en el que el profesional se limitaba a seguir unos pasos estipulados, de la A a la Z, que una vez se apuntaron o se grabaron directamente de la charla de ese curso de formación continuada, o de aquella práctica en la universidad en la que quedaba en el olvido la microbiología, la biofísica, la anatomía, la histología... Fue justo en ese momento cuando recordé la conversación mantenida, hacía solo unas semanas, con un alumno de grado que se me quejaba de la inutilidad de estudiar ciencias básicas en el grado de Odontología y añadía que él “solo quería tratar dientes”. En ese momento maldije una vez más la inexistencia de numerus clausus. ¡Cuanta falta hacían! Así pues, no sé si por abatimiento o por falta de esperanza, también lo desestimé.

Seguía con la pantalla de mi ordenador en blanco, con solo con algunas inútiles ideas esbozadas… Al borde de la desesperación, pensé que podría tratar sobre el tema de la inexistencia de las especialidades odontológicas en nuestro país, donde cualquier dentista puede realizar un curso modular de "fin de semana" y autoproclamarse, igual que un dictador: ortodoncista sin saber diagnóstico ni biomecánica; periodoncista habiendo realizado solamente un injerto de conectivo en un cerdo sacrificado el día anterior; patólogo oral sin tan siquiera haber acercado su ojo al ocular de un microscopio; o, aún mejor, cirujano sin haber estado nunca en un quirófano... Pero seguro que el tema podría ofender a demasiados odontólogos con ansias de tratar pacientes.

Con el dilema sin resolver, continuaba con las mismas dudas y el deseo de no ofender a nadie. Así que lo que en esa ocasión lo que se me ocurrió fue escribir un texto que versara sobre los másteres en forma de residencia de 2-3 años de duración a tiempo completo que ofrecen las universidades públicas españolas y que permiten a los odontólogos especializarse (extraoficialmente) cumpliendo la normativa europea y la lógica mundial. Ahora bien, para ingresar hay que conseguir superar las pruebas de acceso y obtener una de las pocas plazas no ocupadas por compromisos de “amigos”, pagar una matrícula astronómica y dejarse la piel atendiendo a pacientes, que religiosamente pagan los tratamientos a precio de calle, sin tener en cuenta que reciben el tratamiento en una clínica universitaria que no ofrece al estudiante o residente ninguna remuneración económica por los servicios prestados. Pero, ¿por qué sacar el tema siendo un negocio redondo para muchos?

Así, pues, también me planteé que podía hablar de las clínicas dentales que utilizan las redes sociales para promocionar la salud bucodental de forma “seria y saludable", y que principalmente se dedican a informar de qué han desayunado hoy o si ya es viernes o no, a compartir fotografías de cómo atienden sin mascarilla a sus pacientes, de la sedación que han hecho esta mañana o de aquel implante que colocaron ayer... ¡Claro! Como hacen todos los neurocirujanos en cada una de sus intervenciones, o los urólogos tras su último tacto rectal... La verdad, el tema tampoco era muy convincente, me sentía con la mente agotada, incluso tuve la tentación de poder redactarlo sobre la mutación translocacional que a veces sufría la palabra diente y se llamaba "pieza dental", ¿cómo los dentistas podían despreciar así su órgano favorito como si de una parte de un puzle se tratara?

Al fin, decidí que la mejor opción sería no escribir nada sobre todos esos temas y ser políticamente correcto y sumiso, aceptar el encargo y hablar de cualquier tema que supiera defender con una mínima dignidad e intentar, así, ganar algún adepto. Por lo tanto, hablaría de algo relacionado con la cirugía o la patología oral, pero sorprendentemente me di cuenta de que, con tanta reflexión y anotaciones sobrepasaba las palabras límite que muy amablemente habían sugerido los editores. Así que lo más adecuado era dejarlo para otra ocasión."

Dídac Sotorra Figuerola
DDS, MS

También puede leer el artículo entero aquí.

 

* Esta información, así como el resto de contenido de nuestro blog, no sustituyen los consejos de un odontólogo o un médico.